sábado, 19 de noviembre de 2011

Todos somos poetas hasta que se nos compruebe lo contrario

Ay, la poesía, la poesía, estimado lector. O al menos, la gente que rodea el quehacer de la poesía en México, siempre esperará con las puertas abiertas a cualquier ansioso, ricachón o ricachona sin nada que hacer, o a cualquier vago sin vicio ni beneficio para que entre. Y como la frase común es que “todos tenemos algo de poetas, músicos y locos”, pues ha de ser cierto, puritita verdad que todos somos poetas, todos somos músicas, y como condición de lo anterior, todos somos locos.

El poeta es un desquiciado, esa es la premisa, ergo, todos somos poetas. El poeta lleva la música por dentro, ergo, todos somos poetas. El poeta siente, vive, ¡sangra! A güevo, así somos todos poetas. Facilísimo. Pero más que fácil, ser poeta en México es una buena carrera para llevar una vida que no requiere de hacer gran cosa, más que escribir algunos garabatos en la libreta y leer uno que otro libro. Y como los padres “responsables” de esta angelical criatura que es nuestro futuro poeta (del cual les hablaré por poner ejemplo), alguna vez le dijeron que no estuviera echando la güeva, pues le cayó el veinte de lo que sería en el futuro: ¡un güevón profesional!, que aparte de fama, tarde que pronto viviría de sus regalías de miles (y miles) de libros vendidos. Cuando era un nenito, chiquitito, su mamá le decía, “mira hijito, qué bonitos poemas y canciones, haces”, y el pequeño “poeta” ilusionado siguió construyendo sus pensamientos de tristeza, o en la adolescencia, de soledad. Hasta que un día, uno de sus profes en la “secun” le dijo que se metiera en el concurso de Poesías a la Madre. Y ganó el premio, porque el jurado estuvo integrado por un maestro que su única lectura literaria a medias era el Quijote, otro que era biólogo, pero que le gustaba el Brindis del Bohemio, y uno más que era un poeta frustrado, y que en una discusión chafa con los otros dos jurados, para dizque deliberar, decidió dárselo a nuestro sujeto en cuestión porque era necesario “motivar” al que todavía no la armaba, que “reconocer” al que ya más o menos la hacía, “pus pa’que se motive el chavo y le eche ganas: ustedes qué saben en quién se convertirá dentro de 50 años, no hay que quitarle la ilusión”.
De ahí pal real, a nuestra angelical criatura, le quedó claro que no necesitaba mejorar sus escritos, ni tener estilo, ni nada, pues la lógica lo favorecía como una especie de “promesa latente” que poco importaba si sería cumplida o no.

Ahí está Rocky Cortés Tapia, que ahora quiere enfrentarse en el ring del Torneo de Poesía sin jueces, sin reglas, sin rounds, sin manos, y si es posible, de preferencia, sin poesía… porque así está muy difícil, y mejor prefiere que sea un enfrentamiento de performance. “Haber a ver, pinche mole Manzanilla… así con puro perjormance, haber si me ganas, haber si muy chingón”. Cosa que no sólo piensa el buen Rocky Cortés, sino que nos hace volver a nuestro tema, a nuestro invitado especial, a nuestro sujeto de estudio, que de pronto descubre que el medio poético es tan plural (tan abierto) tan pródigo, que hasta puede dar talleres de poesía (yes sir!) sin tan siquiera haber publicado un libro, ¡es más!, sin la necesidad de tener unos cuantos poemas presentables… pues los encargados de algunas Casas de Cultura les importa un comino quién esté ahí dañando a los chavos con tal de justificar que sí están trabajando. Y si el sujeto en cuestión también está en algún grupo literario, pues la Zorra del medio (que no la poesía) también le abre las piernas; cálidamente para que publique en sus antologías. ¿El argumento?: “ps’ no tiene talento pero ps’ paque se vea nutrido el libro”, “además ni modo que le digamos que no a ese güey, nunca falta y siempre es el primero en llegar”. Una vez más nuestro afortunado triunfa, y sin saber cómo (conservando la idea de que nació con el talento), se sale con la suya. Después, muchos años después, se preguntará: “¿por qué con mis 60 años y estar publicado en más de 120 antologías y por qué si he dado talleres y hasta tengo tantos librillos (grises, apunte mío) publicados, no ha sido suficiente para que la gente me aplauda, me aclame”, así se preguntará. Y en su mente una nube negra no le permitirá ver el momento en sus años de infancia cuando le prometieron sus papás (con una mirada condescendiente) la fama, y que él ignoraba entonces como ahora, que lo único que deseaban sus progenitores es que no terminara de delincuente o de saca borrachos en algún bar. Y hoy, él envejecido, mi conmovido lector, sufre sin darse cuenta de nada… y todo porque nadie (tal vez usted, incluso) nunca le dijo, por pena, por miedo, por educación, por negligencia, o por no echárselo de enemigo, que “eso” que escribía no era ni por poco un poema, y mucho menos poesía.

En otros casos —nada lejanos a este mismo caso— el ente terrible (angelical), el mismo del que estamos hablando, pues’, pero en otro cuerpo, y con otros ojos, tal vez esta ocasión con risos dorados: por sus buenos medios, tal vez hijo de poetas, sí aprendió a encimar simpático las palabras, o a ponerlas bonitas, o folclóricas, “divinas”, le decía la señora directora de la Casa del Poeta. Y en el taller, ahí en el que lo mejor que aprendió fue a ser más y mejor mamón, no lo sacaron de la antología porque era el único que no tenía faltas de ortografía; y luego… en otra antología no lo corrieron porque era el que había conseguido el dinero para el libro; y en otra (no lo sacaron) porque era su antología; y en una más lo tuvieron que incluir porque si no lo incluían (y de buena gana) les quitaba, o no les volvía a dar la beca (y eso, se los dijo en serio, ya se las había cumplido la otra vez). ¿Qué no, mi punitivo, empático!

Y por mucho que sea ridículo, absurdo, ver a los tipos y tipas mexicanos escribe que escribe tarugadas, o bosquejos de quién sabe qué castillo de baba; por mucho que se note y sea obvio; por mucho que en México los “poetas” caminen desnudos y nadie lo vea! Nadie, mi miope observador! más que la gente de a pie es la que nota que esos encueradotes en la calle sólo piensan en salir y posar para la fotografía monumental del Tunick.

Y dígame, por mucho que usted y yo sepamos, que Antonio, que David, o que Rocío no son poetas, pues quién se los va a demostrar, dígame usted, ¿quién? Quién le dirá a Fulanito de Tal, no eres poeta por esto y por esto, y esto. En realidad, tampoco a nadie le importa, si acaso, cuando ven a estos privilegiados angelicales cachorritos, piensan, “ay, si tan sólo yo pudiera escribir un poema” y voalá, comienzan su carrera literaria en ascenso al vidé de las estrellas, donde lo único que tienen que hacer para ser o sentirse poetas, es rayar las hojas electrónicas de un cuaderno, y en chinga meterse a una convocatoria y prometer que serán poetas!, gritarle al mundo que lo son, y en algunos casos, como en el slam, sin tener que escribir siquiera un poema. Pero no se preocupen, que al fin y al cabo, tengan por seguro, que nunca nadie les demostrará lo contrario.

Así que, lector, si usted quiere unirse al balcón para señalar a estas pobres criaturas, no para divertirse sino para salvarlas de su destino fatal, y ayudarlas a evitar que cometan un error destruyendo su vida, pues tal vez serían mejores carpinteros, albañiles, caseras, maestros o diputados, ayúdeme a no dejarlos que desperdicien su tiempo, y sobre todo que no desperdicien el nuestro, sobre todo el nuestro!

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