martes, 16 de agosto de 2011

Al acecho de un verso para salvar el día (crítica constructiva sobre cinco antologías actuales)


A mí me gusta la poesía, apreciables lectores, digan lo que digan, y piensen lo que piensen. Y es difícil encontrarla, bien se sabe. Pero siempre brota ante uno en el momento preciso, y eso es parte de su belleza, ¿a poco no? Es la poesía la que nos obsequia una reconfortante sensación, cuando de pronto se creía que todo estaba perdido, y uno estaba a punto de cerrar el libro; y ahí, de pronto, después de un descolorido paseo por las páginas del ejemplar, aparece, igual a un sentimiento, a un impulso: un verso, uno, como bien dice el dicho: uno solo y suficiente para que un poeta sea recordado.

Esta crítica se la dedico a todos ustedes, lectores, que a veces piensan soy un neurótico que sólo ve las cosas de dos formas: malas y peores. Por eso, esta ocasión haré el ejercicio de apreciar los aciertos y las cosas buenas que aparecen en cualquier publicación, dando espacio a cinco antologías que forman parte de mis lecturas actuales. Como ustedes saben, en las antologías se busca que esté lo más representativo, por no decir “lo mejor” de la poesía, ya sea mexicana o mundial. Pero normalmente, aunque no lo digamos, nos llevamos, nosotros los lectores, una gran desilusión, en el mejor de los casos, pues en otras ocasiones sólo nos dan un tremendo aburrimiento. Soltamos el libro y el único verso prosaico que nos viene a la mente es “qué güeva”. Y se terminó la disertación literaria. Y así sucedió también cuando estuve a punto de cerrar los libros de los cuales ahora hablaré; pero preferí el acto poético, y tomando por consejo la frase que dice “con un verso que se salve”… no sólo salí en busca de ese verso, quise ser un poco más audaz, y benévolo, así que busque también, al poeta, al único, por el cual cada una de estas antologías podría valer la pena. Por ello, esta ocasión compartiré, benignos acompañantes, con ustedes, mi gusto por los poetas, que sin ser mesiánicos, salvaron la honra de estas antologías, editadas recientemente.

Comienzo mi recorrido crítico con Los Muertos (Mantarraya Ediciones, Hostería La Bota, 2011), un libro que me topé en una cantina, especie de taberna en el centro de la Ciudad de México; donde de la pared cuelgan cabezas de toros, versos de algunos poetas renombrados o místicos; un lugar tipo kitch, y donde este libro parece haber sido resultado de poetas que se reúnen ahí a tomar sus chelas. Dentro del compendio gráfico, narrativo, a manera de curaduría en un rastro, el nivel es bastante desigual, pues de pronto hay abismos estilísticos que nos llevan de tope con el fondo del bote de basura; pero por hoy seré constructivo, recuerden: el libro me ofreció un poeta, que a mi parecer es lo que hace este libro valga algo, más allá del neo-nacionalismo que ofrece, o la retórica de una muerte confortable, casi escrita desde el sofá en un balcón del Coliseo Romano. El verso es: “unos dibujos no quieren decir nada”, y lo escribe Mauricio Marcín Álvarez. En ese pequeño poema cabe toda la moraleja del libro. Me pareció bastante inteligente.

La segunda compilación que encontré en un puesto de libros en la calle, en “el palacio del suelo”, fue un Tributo a Sabines (Editorial Fridaura, Los Ablucionistas, Morvoz, 2010) la cual en primera instancia me recordó el tipo de tributo que hacen los rockeros, o ahora también las bandas norteñas, a Chepe Chepe, Juanga, o figuras populares del mismo forje. Es una antología de poemas dedicados, o pensados en torno a Jaime Sabines. El descenso es extraño, porque (como bien comenta el prologador Fernando Reyes: ¿qué podrían hacer unos simples mortales ante un poeta como Sabines?) los textos son un tanto melodramáticos en general, creo que Sabines hubiera disfrutado mucho este libro, se hubiera reído mucho. El autor que saca la casta por él, es Mijail Lamas, con sus poemas un tanto neardentales, pero de buena elaboración, aunque entre nos, no me gustaría estar en la piel de la chica a la que se los escribe.

Otro libro, que me regalaron porque no les gustó, ya que les parecía sucio y desagradable, incluso de mal gusto, me dijeron, es la antología denominada Allí donde suenan las trompetas (Verso Destierro, Casas del Poeta, Taller Charles Bukowski, 2010), y donde los poetas se reúnen a partir de poemas largos, algunos de núbil amor y otros de sexo despavorido y encuentros en hoteles, quizá mirados incluso por alguna cámara escondida, como acostumbran en esas películas de “Los hoteles de Tlalpan”. Violencia e insatisfacción se encuentran en estos poemas conurbados, y de los cuales por su radical lenguaje (y me refiero a lo coloquial que no a lo literario), y alejándose de la “cachondería garañona”, Roberto Romero Aguilar, se me hace el poeta que rescata a estos bardos de caer directo en el pozo del olvido, con “Pasa la mona bato”, donde se nota su afán por pasar de largo en la lista de grandes poetas. Sin embargo fue el único que me sacó una sonrisa franca.

Una antología que de plano sí se me hizo “compleja” es Enclave (poesía en diálogo), donde los poetas son una especie de entes autistas, que viajan (al menos así los imagino), en un auto, un avión, un ipod o un microondas, encerrados en su lenguaje, básico para no parecer pretenciosos, y austero para que se note su intensión de querer llegar a la gente que puede decirse son los lectores, como ustedes o yo, queridos acompañantes de este magical mistery tour. Y la verdad sí me costó trabajo decidirme por qué verso, o poeta podría hacer que este libro no mereciera irse al triturador de la oficina: el verso es del chileno Yanko González, y es este: “hay muchas maneras de hacer infelices a los hombres, una de ellas es visitándolos”. Y vaya que el poema cumple su poética. Completamente acertado, pues los poetas chilenos que visitan México, siempre quieren prolongar su estadía. Y aquí siempre son bienvenidos.

Para cerrar mi alegre encuentro con versos felices, conspicuos lectores, he tomado el ejemplar número 159 de Punto de Partida, UNAM, 2010 (que me robé discretamente de la mesa de un amigo cuando fui a su casa de visita) que lleva por título El alud púrpura: rondas de poesía en la UNAM, y que corresponde a una memoria de un encuentro organizado por jóvenes creadores principalmente becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas y de otras instituciones de beneficencia, donde mayoritariamente con un discurso cuidadoso y un tanto frío, empezado por los maestros que abren el número, se mantienen con las manos limpias; pero no estoy aquí para anotar lo que preferiría “pasar sin ver”, sino para decir que vale la pena leerla, porque no quiero que piensen que no gusto de todo tipo de poesía. Así que meteré la mano al fondo de esta pecera de poemas y tomaré uno, y sea cual sea estoy seguro garantizará al lector la gracia de la poesía, y si no, por lo menos la gracia de la crítica. Aahhh, pero quedamos que no podía hacer eso; me he comprometido esta ocasión con ustedes a ver el verso bueno, el trascendente; encontrar al poeta que salve el número especial de “punto de partida”, el que logre decir, esto es poesía, a güevo. Y esta poeta es: Paula Abramo, cuando escribe: “sacar, sacarte todos esos algodones, dejar que entren el polvo, las palomas, el salitre”. ¿A poco no está chingón? Por este verso, valió la pena chutarme esta tediosa antología, donde lo más poético eran las ilustraciones. Pero en verdad, me gustó esta poeta. Saludos si me estás leyendo, Paula.
Para terminar, agradezco la ayuda de ustedes, apreciables y pacientes acompañantes, porque de otro modo la neurosis con la cual sobrevivo todos los días no hubiera empezado a menguar, y en algún momento correría el riesgo de quedarme solo, aislado, en una silla de ruedas probablemente, en este balcón, desde el cual puedo ver la ciudad entera, y donde de seguir neurotizándome, ya nadie querría verme, siendo ya un amargo y hastiado lector que no sabe ver la belleza.

roberto.absenti@gmail.com


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