martes, 16 de agosto de 2011

Instrucciones para joder un proyecto literario

Como siempre, no hay nada nuevo bajo el sol, estimado y flojonazo lector. Sin embargo como todos sabemos también, todo lo que algún día comenzamos, tiene que acabar, y esta es la ley que hace rotar al mundo.

¿Recuerda usted aquella revista llamada La regla rota, o aquella otra, nombrada la Siega? Uffff, está cabrón, ¿verdad? Se la voy a poner más fácil, le mencionaré una que casi todos conocen, ¿recuerda usted aquella revista literaria titulada Oráculo? Ésta sí la conoce, porque seguro usted es un buen conocedor de lo que se edita y lo que ya no se edita en México, lo que ya tronó, pues.

Para los que no estén tan empapados del tema, demos un breve paseo histórico. La revistaOráculo se fundó por ahí del 99 o 2 mil, más o menos, si no me falla la memoria. La editó un poeta conocido ahora en el callejón de la Condesa como un insipiente librero. Me refiero a Eduardo Oláiz, poeta que coquetea con los infras (con esto me refiero a sus hábitos tanto de vida como de vicio, no a otras cositas), y que lideró esta publicación durante sus primeros años, hasta que le dieron baje con ella los mismos cuates que él había invitado de consejo editorial. Suena absurdo, pero ese fue el principio para que su changarro se comenzara a descascarar.

Igual suerte han corrido otros mini-changarros como Deriva, creación de otro maldito poeta borracho, José Francisco Zapata, y que todavía da gritos de ahogado, pero en alcohol. Pues en cuanto junta la lana para la revista la invierte en una fortuna etílica, que le da más placer a corto plazo, por eso ay va saliendo cada vez que no tiene ganas de chupar.

Igualmente le sucedió a Ad Livitum, que después de darse muchos topes en la pared, se dio por vencida y ahora andan diciendo por ahí que renunciaron “porque ya no hay nada que decir que no se haya dicho, y que no se pueda decir mejor desde cualquier escritorio”. Incluso hay una revistita que puede encontremos, tal vez, todavía en la Ciudad de Puebla, con algún ejemplar rezagado, y que sus directivos un tanto fríos, o pretendidamente pensantes o lejanos del público, se clavan en la textura y al final no les importa si sigue saliendo, pues así cumplen el sentido de la revista, o sea: que la relean los propios editores, en el regodeo de sus descubrimientos, víctimas de su propio artificio.

También es probable que conozca esos otros proyectos que ahora son tan “ensalzados” por realizarse a mano en tirajes de 10 o 50 o 100 ejemplares, pero hay que recordar que su pionera fue María de Jesús Villalpando, que más allá de presumir que ella “los hace”, fabrica una revista llamada La Luciérnaga Nocturna, aunque ahora ya no sale porque se le acabaron los colaboradores cercanos, o los que le caían con unos centavitos para la publicación, y pues como que se cansó de seguir sacando lo “mesmo”, a excepción, claro de su propia obra, que eso sí, ya va por el tomo 365.

En fin, más allá de la poesía misma, las revistas desaparecen por diversos motivos, pero entre ellos, los más comunes son: que se dan en la “máuser” entre los mismos que las integran, o no tienen ya nada que decir, en verdad, y sólo publicar a sus cuates les da güeva; al final cumplieron su objetivo primero, que era quitarse la espinita de ver un poema suyo en una página impresa.

El otro motivo es porque se chupan el varo que reúnen para sacarla, y así, se queda congelada durante años la edición, hasta que un maldito día, por obra de un juramento, sale otra vez el número.

Hay otro fenómeno de los “ambiciosos” que se lanzan como el borras, y si tienen lavadero, pues lavan, como el director narcopolíticopoeta que fundó Vozotra, y que con fajos de billetes en mano trató de comprar a los más poetas que pudo, para que “todos juntos” legitimaran su revista de 20 mil ejemplares y distribución internacional por 19 países, pero que corrió con la suerte de no durar más de tres números, aparte de terminar un tiempo a salto de mata, escondido tras las moras, su director y también ex diputado, pues ya lo andaban enchiquerando. La quiso hacer facilita, y le salió el tiro por la culata. Eso de pagar revistas con dinero mal habido no deja.

O esa otra publicación que fue una misión suicida de los mismos creadores de producciones como Ad Livitum, entre otras, y que trataron de lanzarse al éxito con una revista de 10 mil ejemplares: SIC, es el nombre, y que al ver la negativa de los OXXO para distribuirla, se les vino abajo el plan y tronó como chapulín en el comal.

Ay, son tantas las razones por las cuáles truenan las revistas, pero las más jodidamente risorias son dos: porque fueron creadas para recibir una beca, y cuando no la reciben, se esfuman, porque “así no se puede”, “nadie trabaja gratis”. La otra razón es por pura y llana güeva, sí, les vale madres el compromiso que hacen con “un público”, si es que en algún momento pensaron podía existir. Tampoco les importa crear lectores, o sea, una vez que ya pueden poner su crédito en su currículum, y decir que fueron fundadores, creadores, editores de “algo así como una revista”, ya pueden dejar a la deriva el proyecto, o dejarlo darse en la madre, como una computadora Pentium III que ya nadie quiere. Así es mi querido lector, pareciere que nuestros editores mexicanos son un fracaso porque tienen demasiado grande la pereza, que no los deja moverse.

Así que en esta ocasión no le daré consejos para que sobreviva su revista, mejor le diré cómo tronar la propia o la de sus compañeros: 1. Cuando le pidan sus colegas que les ayude a vender la revista editada: dígales que mucho hace con colaborar con su poema, que usted no es un vendedor. 2. Cuando le pidan sus colegas que les ayude a organizar presentaciones, moderar mesas, o pegar carteles, dígales: que usted no puede ayudar en eso porque necesita dormir, mínimo sus 12 horas. 3. Cuando no logre sacar otro número de la publicación de donde usted es el editor, aunque ésta sea electrónica, arguméntese a usted mismo que no tiene los elementos para hacerlo: ya sea una máquina de escribir, una fotocopiadora, una computadora, o al menos un ratón. Y que se le cansa la mano si escribe con lápiz. En fin, hay muchos pretextos y formas para sabotear y auto-sabotearse.

Le daría más consejos como estos, pero ya es hora de que los piense por usted mismo. O suba al balcón a buscarlos, no sea güevón.

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