martes, 16 de agosto de 2011

Ineptotópolis, ¡la Casa gana!


No es que sean tus cuates, pero la verdad, la familia que te escogiste (no la que te tocó), es la bandera más chida que has conocido, por eso los escogiste para que te acompañen, porque le van al mismo equipo que tú en el futcho. No serán la crema y nata de la poesía mexicana, pero si algún día te tocara ser árbitro o jurado en un premio literario donde participaran algunos de tus amigos, qué podrías hacer, sino dar crédito a sus cualidades, que de sobra conoces.

Tú sabes y conoces lo mejorcito que se está escribiendo en México, porque lo tienes frente a tus narices. Así que si por suerte te llaman de jurado y te topas con la obra de tu mejor cuate, pues es puritita casualidad, o circunstancia: esas son cosas que no están en las manos de uno.

Así es la cuestión, extraño y homónimo, lector. Ganar un concurso depende (la obviedad lo sabe) de quiénes serán los jurados, y de quiénes lo escogen. Pero el mundo es pequeñito, ¿no lo cree?, y “porque arrieros somos y en el camino andamos”, la neta: si a usted lo pusieran en una barranca, y en cada mano sostuviera a un poeta; y uno de ellos fuera su amigo, o alumno tal vez (aunque ahora ya no trabajen en la misma Institución); y en la otra mano sostuviera, al otro poeta, que no conoce, sin importar claro, si los dos son buenos poetas, o igual de malos, ¿a quién soltaría usted, anónimo lector?

Veamos el caso: el “destino” decidió que usted conociera antes, por X o Y, a su alumno, o amigo, ¿cierto? Tal vez por los intereses en la misma Institución Educativa, o porque los errores de sus vidas los unieron en un salón de clases. No es culpa de nadie, dirá usted, y es probable que tenga razón. Por lo cual seguro Ud. tomará la única “opción posible”, y no porque sea malo o corrupto, sino porque le interesa y es necesario “salvar” a ese alguien que le da sentido (y un fin) a su mundo, a güevo!!!!

Por eso, tal vez suceda tanto, que cuando vemos los certámenes internacionales, o nacionales de poesía, los que resultan ser los ganadores, sean personajes que estaban ya inmiscuidos, principalmente con los jurados, u organizadores, en otras épocas, pues los vinculan afinidades, independientes de la poesía. Y los casos son diversos, por supuesto: en el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, que recientemente en una encuesta realizada por este Semanario, y en otras tantas (ya no es un secreto a voces), resultó ser el más desprestigiado de México, tiene una natural forma de deformación: una manera muy especial de darle vuelo a la hilacha. Su mecanismo de selección de dictaminadores consiste en que los jurados sean los mismos que han ganado el concurso (con esta técnica se garantiza no sólo generar un “linaje estético”, sino que se reduce increíblemente la posibilidad de variables de estilo, y por añadidura de triunfo, para que otros escritores de “baja calidad” nunca tengan el chance de “sorprender” con un buen gancho al hígado a los amigos-alumnos-maestros-jueces, que deciden con su muy particular preceptiva y visión del mundo, lo que es poesía o no).

Es muy simple, las posibilidades se reducen porcentualmente de una manera descabellada. En principio, las opciones para que un poeta “aprenda” a “componer poesía” (y no me refiero a crearla) son poquísimas. Y en las escuelas los maestros mayoritariamente son los mismos, que al final resultan ser, no sólo Funcionarios de las instituciones convocantes, sino también los jurados, alternamente, de los concursos. Así es como, mediante una estadística simplona, podremos saber quién se llevará (sin la menor duda) la chuleta a la boca: El mejor “empleado del mes”, o el segundo mejor alumno de clase. Y con mayor seguridad, el que sea más adulador, o simplemente algún cazador de premios, que ya se sabe la fórmula.

Regresemos a la pregunta: a quién soltaría usted en el barranco, desconocido lector, ¿al que tiene talento, pero no tanto como para ser Rimbaud, y que encima de todo se cree el mejor poeta de México y el mundo; al que estudia mucho, pero sabe que no pasará de ser buen traductor (y que por cierto quiere arrancarle el puesto)?; ¿o al querido alumno que ya ha escrito dos o tres ensayos sobre el libro más reciente que usted publicó, estimado? Cuando suelte a los dos primeros, la verdad, tampoco estará dejando a México sin un gran poeta, pensará para sus adentros. ¿A poco no? Y el sentimiento será crucial para que decida sin chistar a quién echarle la mano. Si no pregúntenle a David Huerta y a Óscar de Pablo, ellos saben mucho del tema.

También se da el caso nepotista, donde el cuñado, el ahijado, la nuera, el primo, el nieto, la nieta, el sobrino, la novia, son las mejores opciones para complementar el criterio de la poesía mexicana. La poeta mayor, escoge, por ejemplo, a su nieto. Lo elige porque sabe que él ya tiene edad para “decidir” qué es un buen poema entre otros que no lo son. No se preocupa porque el jovenazo, sin un libro publicado, no tenga más escuela y referencias que las familiares poéticas, y que por ende, repita o refuerce la elección de la abuela, cuando con el dedo más gordo separe del hato de hojas al merecedor de la pequeña fortuna del galardón (referencias sobre esto, se las puede dar Alejandro de Ferrari) ¿Es mal intencionada esta señora poeta? No. Simplemente piensa que hace el bien, porque su criterio: su punto de vista, sus intereses o fines, son superiores incluso a ella misma (como argumentaría cualquier poeta sobre su poesía, ¿o no?)

Por eso el que sabe ganar concursos, sabe también que para ganar no basta con una buena hechura de taller en el poema, ni con un buen trabajo académico, ni siquiera con una poesía tolerable: sabe que los concursos se ganan con una sonrisa, con un “buenos días”, con un “qué bonito escribe usted”, con un poco de amabilidad en sus contextos diarios, en su oficina, pues, en donde por azares del destino llegaron a caer, para que después con astucia somera, comenzaran el ascenso en la oficina central de los perseverantes, que son los que al final se llevan el oro y el petróleo, como bien lo dijo mi querido amigo Edgar Khonde (que por cierto ni siquiera un buen hueso mordió), y gobiernan este mundo, en donde sobra todo, y al mismo tiempo, todo falta.

No con esto estoy diciendo que los premios que han obtenido varios de los colegas poetas sean inmerecidos. A veces se tiene suerte y cae algún jurado que logra, quién sabe si por error o por voluntad, imponer una ética profesional. Pero sí me atrevería a decir que son los menos casos. O usted, ¿qué opina?

Por eso, mi desconocido lector, yo le hablo bien, bonito, para que cuando intenten correrme de este Semanario Deportivo, ya sea por misógino, homofóbico, y por gay, usted, mi atento lector (por favor), para no caer del balcón, no me suelte la mano.

roberto.absenti@gmail.com


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