martes, 16 de agosto de 2011

Cuando los sordos gritan nadie escucha


De un tiempo para acá, según he visto, o mejor dicho, escuchado en algunas sobremesas en las cantinas (donde la familia literaria frecuenta ir a beber) discusiones o quejas cuasi-lamentos porque alguien está molesto, o molesta, de que alguien más le ha robado, arrebatado, dicen, la idea de mezclar (oh novedad) música con poesía: poesía con danza y música: o una serie variada de opciones donde dos o tres artes “acompañan” presuntamente al poeta “performático vanguardista”. Y todo para que la gente no se aburra con la poesía así a secas nomás sin un poco de musiquita. Hasta el antiguo Paco Stanley lo hizo, y ahora hasta Mariano Osorio ya se fusiló la idea.
La bronca es que al momento del mentado acto escénico se logre cumplir lo prometido por el artista. En la mayoría de los casos la distancia entre lo dicho y lo hecho es amplia como la sonrisa de un payaso. Y lo que podría llamarse un acto logrado; lo que inicialmente iba a ser un acto performático poético, termina convirtiéndose en una diálogo de sordos, donde el músico se vuelve independiente del poeta, y el poeta se vuelve independiente del público, y el chistecito, con bailarines y toda la cosa, se vuelve un acto igualmente independiente del contexto y del público mismo.
Simpático es ver cómo de pronto el fondo de Vivaldi que el violinista interpreta nada tiene que ver con los versos poco melódicos del poeta, que ríspido intenta describir todo menos las estaciones del año, por poner ejemplo. O escuchar una guitarra con un rasgueo poperón al borde de una canción arjonesca, mientras el poeta declara su amor a un cuerpo de papel, o a una modelo que “conoció” en el TV notas.
También está muy de moda el “acto performático” donde todo se vuelve un rollo atropellado que busca perder (involucrar, asegura el autor) en lo “posmoderno” de la propuesta, al distraído que por momentos no recuerde que quería escuchar poesía.
Al final, me viene a la mente aquella vieja anécdota que tarde que pronto aprende todo buen letrista, todo buen músico: hacer una buena “rola” implica tener una buena tonada, una melodía, un tema que pueda chiflarse. Y de ahí todo lo demás es orquestación, es arreglo. De igual modo me parece que la poesía es o debería ser así, y no toda una orquesta que termina dando vueltas alrededor de un no-tema, una no-melodía, alrededor de la nada.
El escucha evidentemente terminará por prejuiciar el trabajo del escritor, y en una de esas hasta se va a sentir motivado a reproducir eso que a ojo de buen cubero “cualquiera puede hacer”. ¿Qué me quería decir?, es lo que se pregunta el ser común y corriente que escucha poesía. ¿Qué es lo que quiere que yo entienda?, se preguntará irremediablemente. Y si su respuesta es: sólo el creador lo sabe, pues toda la parafernalia no sirvió de nada, y no faltará el avisado que se atreverá a declarar que el “performance está muerto”, y por lo menos en esa ocasión no estará “tan” equivocado, pues lo que era “poesía” terminará por ser una especie de “happening” simpaticón, raro, abstracto o llanamente obtuso.
Así que si eres poeta y tienes las negras intensiones de unir a tus poemas música, piensa muy bien cómo embonará. Si es un poema cirquero, pues ponle trompetas, y no piano al fondo. Si es de desamor, tal vez te funcione (a estas alturas del partido) un buen saxofonista. Y si de plano no tiene ni intensión ni tema tu poema, pues sólo ponle ruido de fondo, para que logre la función de fundirse con el todo, que bulle, estrepitosamente en nuestros oídos.
Si es escucha, lector, usted tiene razón, indígnese cuando vea otra vez uno de estos mal embonados rompecabezas, que a güevo quieren unir en una sola pieza a un hombre lobo, un vampiro y a caperucita roja, y todo esto acompañado por Rocío Durcal, o alguna rola de Dead Can Dance.
La creatividad nunca sobra, querido lector. Bueno… y si eres músico y gustas que un servidor te acompañe en algún recital con un poema, ya sabes, aquí te dejo mi correo.
Para peticiones: roberto.absenti@gmail.com


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